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Reflexión del 22º Domingo Ordinario

 

 

 

 

 

 

 

El Evangelio en tu vida

 

Una reflexión dominical para tu vida espiritual en tu camino hacia la santidad.

 

 

Del santo Evangelio según san Marcos

 

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén. Viendo que algunos de los discípulos de Jesús comían con las manos impuras, es decir, sin habérselas lavado, los fariseos y los escribas le preguntaron: "¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores?" (Los fariseos y los judíos, en general, no comen sin lavarse antes las manos hasta el codo, siguiendo la tradición de sus mayores; al volver del mercado, no comen sin hacer antes las abluciones, y observan muchas cosas por tradición, como purificar los vasos, las jarras y las ollas).

Jesús les contestó: "¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Éste pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí, Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos! Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres".

Después, Jesús llamó a la gente y les dijo: "Escúchenme todos y entiéndanme. Nada que entre de afuera puede manchar al hombre; lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro; porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre".

                                     Palabra del Señor.

 

 

A propósito de lo que leemos en el santo Evangelio de este Domingo (Mc 7,1-8.14-15.21-23), ¿quién de nosotros no recuerda los 10 Mandamientos de la Ley de Dios o Decálogo?

 

Estos 10 Mandamientos, “preceptos divinos”, tan importantes y valiosos, porque promovían la vida espiritual, moral, social, política y religiosa del pueblo de Israel, con el paso del tiempo, por tantas “leyes humanas” que se fueron creando a partir de este Decálogo, resulta que fueron perdiendo su importancia, a tal grado que era difícil distinguir lo principal de lo secundario, pues, en tiempos de Jesús, las leyes y normas que regían al pueblo eran alrededor de 613, todos debían saberlas de memoria y observarlas, y entonces, lo que debería ser promoción humana, social y religiosa, se convirtió en una pesada Ley, pues había más de 300 prohibiciones, a tal grado que al no poder cumplir todos los preceptos, la fueron sintiendo como una carga, de ahí una de las razones del por qué tantos sacrificios de expiación para aplacar la ira de Dios; pero todavía más, los grupos selectos (escribas, fariseos, doctores de la ley, entre otros) que se decían observantes de la Ley, ni ellos las cumplían y como estaban en el poder, las exigían para los demás, cayendo así en actitudes hipócritas, actitudes que tanto criticó Jesús, por eso en cierta ocasión les dijo: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos, hagan lo que les digan, pero no los imiten, porque dicen una cosa y hacen otra…” (Recomiendo leer todo el capítulo 23 de San Mateo porque será de mucho provecho).

 

Estos grupos religiosos y políticos con tantos preceptos humanos, tradiciones y costumbres, “andaban confundidos” porque habían descuidado lo más importante de la ley, que era la justicia, la misericordia y la fidelidad. Dice Jesús: “esto deberían de practicar sin descuidar lo demás. ¡Guías ciegos, que cuelan el mosquito, pero se tragan el camello!” (cf Mt 23, 23-26). Jesús, no está en contra de las tradiciones y costumbres de su gente, solo quiere que vuelvan a vivir el verdadero sentido de la Ley, para que puedan vivir la verdadera libertad de los hijos de Dios. Porque los Mandamientos del Señor son perfectos, sus preceptos son verdaderos, dan sabiduría al ignorante, son rectos y alegran el corazón, dan luz a los ojos; los mandamientos del Señor son verdaderos, justos sin excepción, más valiosos que el oro y más dulces que la miel (cf Sal 19).

 

Pero volviendo al santo Evangelio de hoy, estos fariseos y escribas que se acercan a Jesús, han hecho un largo viaje desde Jerusalén hasta la región de Galilea, y llegan a los alrededores del Lago de Genesaret donde se encuentra el Señor ejerciendo su ministerio; su actitud hipócrita, tramposa, legalista, orgullosa y de “supuesta preocupación” por sus costumbres y tradiciones, los ha llevado a realizar este viaje, no para escuchar a Jesús y recibir la Buena Nueva. No. Han ido para ver qué hacía o decía fuera de su “ley” y poder criticarlo y acusarlo de trasgresor de las tradiciones y costumbres de sus antepasados.

 

Y el momento llega: ven que algunos de los discípulos de Jesús comen con las manos impuras. La intriga, la crítica negativa y la murmuración, no se hacen esperar y surge la pregunta: ¿Por qué tus discípulos...? La respuesta del Señor es contundente, inmediata, fuerte, tajante, directa, desenmascara fingimientos: “hipócritas”, en otro momento les dirá: “sepulcros blanqueados”, y citando al profeta Isaías les dice: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí…. enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos, dejando a un lado el mandamiento de Dios, aferrándose a las tradiciones de los hombres”.

 

Y siguiendo con el tema de las tradiciones y costumbres, el Señor aprovecha también para hablarles de lo puro y lo impuro: “Nada que entre de fuera puede manchar al hombre, lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro, porque del corazón del hombre salen toda esa podredumbre apestosa que mancha y contamina, que divide y mata; luego, hace toda una lista de algunas cosas que manchan al hombre. Al final de esta reflexión podrás leerlas y hacer un pequeño ejercicio.

 

Hoy para nosotros ¿a qué nos invita esta lectura del Santo Evangelio? Todos debemos de pensar, que Dios siempre desea nuestra felicidad, nuestro bien y para ello nos ofrece la vida eterna en su Hijo Jesucristo, que muere en la cruz y resucita para nuestra felicidad plena, para hacernos libres. Él no quiere que vivamos “esclavizados” por normas, tradiciones y costumbres meramente humanas No.

 

Esto no quiere decir que no ayuden a la vida espiritual, sí sirven, un claro ejemplo lo tenemos en la Piedad Popular; sin embargo, lo que Jesús pide es que no nos quedemos anclados solamente ahí, debemos dar el paso hacia “la verdadera libertad de la fe”, por eso, Jesús nos llama a la libertad, así se lo dice el Señor, a los judíos que habían creído en él: “Si se mantienen fieles a mi palabra, serán realmente discípulos míos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres” (Jn 8, 31-32); estas actitudes de nuestro Padre, son manifestaciones también de su amor y de su fidelidad, así lo entendió el salmista cuando escribe: “Aleluya. Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterno su amor” y: “Feliz el hombre que respeta al Señor y ama de corazón sus mandamientos” (Sal 112,1; 108,4-5).

 

Ahora, sería bueno preguntarnos: ¿Por qué ahora también se vive una fe tan pobre, superficial, mediocre, y llena de hipocresía? ¿Por qué damos a Dios también ahora, a veces, un culto tan vacío, hueco, personalista, supersticioso y convenenciero? ¿Qué nos está pasando? Cuando Dios quiere, en Cristo, nuestra conversión, nuestro corazón y, cuando Él nos llama a la perfección y a la santidad, ¿por qué le damos migajas, por qué nos engañamos, por qué en ocasiones algunos siguen aferrados a lo superficial, a lo mediocre, y aferrados solamente a “las costumbres y a las tradiciones?”, como por ejemplo: mucha bendición de agua bendita, muchas imágenes en el altar, medallas, pulseras, hábitos, limpias, mandas, bendiciones y tantas cosas por el estilo y nuestro corazón lejos de Dios ¿Por qué nos hemos olvidado también de sus mandamientos. ¿Por qué llamamos impuro a todo lo que Dios hizo y que vio bueno? Y según la tradición evangélica sabemos que lo que hace pura a una persona es: el amor, la solidaridad, la justicia, la misericordia, la entrega a los demás, el servicio, las relaciones fraternas, el perdón, la sencillez, la humildad, la fe, la esperanza, el buscar “todos los bienes de arriba”, como dice Col 3, 1. ¡Eso sí vale la pena! Por esto sí hay que luchar. Y con todo esto, no se quiere decir que las tradiciones, costumbres y prácticas de piedad sean malas. No. Solo que no hay que aferrarse solamente a ellas y vivir sin los Sacramentos y llevar una vida disoluta.

 

¿Qué concluimos de todo esto?

Primero: que, a veces, somos más fariseos que los mismos fariseos de aquel tiempo. ¿Qué diría Jesús de nosotros? No hagamos inútil el sacrificio de Cristo.

Segundo: esta palabra del Santo Evangelio a todos nos cuestiona, no está dirigida a ningún sector social o religioso.

Tercero: nuestra vida tiene que cambiar, porque el culto que Dios quiere, es un culto en espíritu y en verdad.

Cuarto: debemos, con urgencia, nosotros los cristianos católicos, presentar, al mundo, otra imagen de nuestra fe.

Quinto: fe sin obras no seríamos más que campanas huecas, sin sonido ni resonancia y qué nos dice el Señor: “Ustedes son la luz del mundo. Brille igualmente la luz de ustedes ante los hombres, de modo que cuando ellos vean sus buenas obras (no de escribas, ni de fariseos, ni de doctores de la ley), glorifiquen al Padre de ustedes que está en los cielos (cf Mt 5, 14-16).

Sexto: y para comenzar un cambio te sugiero que leas, medites, reflexiones y contemples las bienaventuranzas de San Mateo en 5, 1-11.

Séptimo: haz el ejercicio que te propongo a continuación. Y no olvidemos lo que dice la carta de Santiago: “La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre, consiste, entre otras cosas, visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones (necesidades/preocupaciones), y en guardarse de este mundo corrompido” Stgo. 1, 22.27)

 

Tache todo aquello que afecte su vida espiritual en el camino de santidad y luego añada algunas cosas más que le faltaron a Jesús por enumerar. Posteriormente, haga un plan de vida espiritual y subraye tres cosas en las que trabajará, cada 8 días, y que le ayudarán a ser mejor. Si es constante en sus propósitos, no estará lejos del Reino de los Cielos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¡Hola! A todos los familiares de los enfermos y con capacidades diferentes, les propongo rezar esta oración, todos los días por ellos:

 

Señor, has bendecido a nuestra familia con un enfermo (o un familiar con capacidades diferentes), no tenemos la suficiente fe, para darte gracias y alabarte, por eso nos desesperamos, renegamos de nuestra situación y la atención a nuestro enfermo lo vemos como una carga; sin embargo, en él (ella) nos das la oportunidad de santificarnos al llevar, cada día, con alegría, serenidad y paciencia esta cruz que nos has dado. Gracias, por probar nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra confianza en ti,  te pedimos con los brazos abiertos que nos fortalezcas y nos des las gracias que necesitamos para ver tu rostro en nuestro enfermo y que a través de él alcancemos la vida eterna. Santa María y San José, alcáncenos de su Hijo Jesús abundantes bendiciones para la familia.

 

Si desea que cada Domingo, en la Santa Misa, se pida por su enfermo, comuníquese con el P. Ángel López López. Que Dios los bendiga. Dice el Señor: “Ánimo, yo he vencido al mundo y yo estoy con ustedes” Mt 28, 20.

 

 

 

P. Ángel López López

 

 

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